Habíamos quedado en salir el domingo por la tarde, aprovechando que el lunes algunos alargamos la Santa Semana. El plan era probarse y subir a nuestra querida Atalaya y según nos encontrásemos bajar por un lado u otro. Quedamos a las 16.00 en Palazuelos.
A las 15.00 estaba empezando a comer algo ligerito (plato único: bloque de lasagna) y a las 15.35 estaba en casa de Juan, donde se dió el plantón del día. Dani se lo había pensado mejor y prefirió que sus jugos gástricos actuaran durante la siesta.
Salimos hacia Palazuelos en busca de Roberto por un camino junto a las destilerías del DYC que Juan me presentó y que ya tenía ganas de conocer. Terminamos de subir hasta el pueblo con la nariz impregnada en maltas y destilados y con la lasaña asomando por la garganta.
Recogemos a Roberto y ponemos rumbo a la cañada Real por el Camino de Trescasas. Subimos tranquilos mientras Roberto nos cuenta cómo estaba organizado el ciclismo aficionado segoviano en su época de corredor hasta que pasamos la primera portera y Juan nota que ha pinchado.
Lleva cámara con líquido sellante pero preferimos cambiar la cámara para ir más rápido. Nos cuesta más de la cuenta inflar la maldita válvula fina pero conseguimos meter la presión necesaria para continuar subiendo.
Siguiente portera, nos saludan 2 perracos. No parecen ladradores así que con más miedo que confianza lidero el grupo en busca del primer sprint para atraer su atención, pero no es necesario, sólo quieren jugar y nos saludan con alegres carreras. Vamos pasando porteras casi una por cada 400 m, hasta que llegamos al primer tramo exigente.
Noto que Juan sube con dificultades y planteo cambiar la ruta. Tres no suben si uno no quiere y al parecer ninguno de los "2 tíos machacados y 1 reventado" dicen esta boca es mía. La subida es larga pero tendida, por un terreno firme por el que un interminable rastro de agua desciende pausado, empapando el terreno y escapando de las alturas.
Noto que Juan se descuelga y me quedo con él para hacerle la subida como tantas veces ha hecho él conmigo. Roberto sigue a un ritmo más alegre y le vemos disfrutar, recuperando antiguas sensaciones sobre la bici.
Llegamos a un tramo más llano y recuperamos, nos recreamos con la tarde que hemos escogido: un cielo despejado en el que reina un sol primaveral vencedor de las bajas temperaturas.
Llegamos a la cuerda de la montaña donde la pendiente se dispara para reunirse con la cota más alta unos 500 metros más adelante. Dejo a Juan, que se ha recuperado y termina la primera rampa a buen ritmo y busco la estela de Roberto que empieza el Mortirolo a golpe de riñón y con plato pequeño. Es una subida dura pero con dotes de escalador y sin despegar el trasero del sillín Rober consigue coronar en primer lugar sin problemas.
Llega Juan y vemos a un valiente que se lanza con su parapente al vacío y al rato trata de elevarse buscando unas corrientes que no parece encontrar. Subimos al punto más alto de la Atalaya, Juan parece el de siempre y llega corriendo. Las vistas desde este punto son inolvidables, empapo mis retinas con un paisaje que espero recordar durante la semana que me espera sentado frente a un ordenador, con vistas al tráfico de la N-II como mayor atractivo.
Unas fotos y bajamos con tranquilidad, Roberto puede probar la mordida de sus nuevos frenos de disco y la suavidad de la horquilla. Descendemos sin problemas, contagiados por la alegría que transmite la primavera, cruzando charcos y riachuelos. Llega el postre que tengo preparado:
bajada hasta el rancho de la Tejera campo a través hasta dar con el camino de la cacera Gamones, que se ha convertido en un barrizal por el que avanzamos a duras penas en una divertida lucha contra los elementos. Se ha hecho tarde y nos lanzamos por carretera hasta Palazuelos. La vuelta a Segovia por el mismo camino que me ha presentado Juan, donde nos cruzamos con un pescador que va escuchando la radio -"¿Cómo va el Madrid?" -"0-1 gol de Ronaldo". Llegamos a casa empapados en barro y satisfechos con nuestro festín bicicletero.
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