La semana pasada nos quedamos todos en casa ¿Todos? No, un grupo de intrépidos corredores se calzaron las zapatillas de devorar kilómetros y se apuntaron a la monumental. Nuestro corresponsal en estos eventos, Juan Carlos, firma esta crónica.
Domingo 12 de febrero. 08:32 de la mañana. Consulto en el
iphone la temperatura exterior y al comprobar que marca 6 grados bajo cero
siento la tentación de volver a meterme bajo las sábanas y olvidarme de esta
carrera del demonio...
Cinco minutos después, estoy tratando de desayunar un poco
más fuerte que de costumbre para que mis piernas respondan, pero el estomago
dice que no, que está lleno de nervios y que allí no cabe nada más.
Me visto, salgo a la calle y decido ir trotando hasta el
Azoguejo. He quedado con Juan a las 9:45 para estirar un poquito y buscar un
buen sitio en la salida. En la calle San Francisco oigo por la megafonía que el
dorsal debe ir colocado por delante. Yo, como buen ciclista, lo llevo por detrás.
Un corredor de esos que luce el último modelo de zapatillas, pantalones,
camiseta, gorro y gomina me mira, se sonríe y me señala… No me dice nada, pero
se nota lo que piensa: ¡Paaaardiiilllooo!
Me entretengo más de la cuenta cambiando el dichoso dorsal,
porque con los nervios que llevo no atino a ponerlo derecho. Me pincho un par
de veces con los imperdibles, pero tengo las manos tan heladas que ni lo
siento. Cuando llego al punto de encuentro, Juan ya esta allí, estirando,
charlando y saludando a todo el mundo con su interminable sonrisa.
Nos hacemos hueco entre los corredores que ya están en la
salida. Juan me lleva casi hasta los primeros puestos, a esa zona en la que
huele a reflex y sudor. Gente preparada. “Pofesionales”, vamos. A mí, globero corredor,
me da hasta vergüenza estar allí, pero me pego a Juan y a su lado hasta parezco
algo,
Salimos fuertes, como cabía esperar. La bajada hasta La
Fuencisla invita a ello. Como casi no he calentado, el impacto en mis piernas
es brutal y siento un dolorcillo por todo el cuerpo que me acompañara hasta
pasado el kilómetro 5. En estos primeros metros, tengo la impresión de que nos
pasa más gente de la que nosotros adelantamos. En una proporción de 10 a 1, más
o menos. Lo siento sobre todo por Juan, al que veo con un ritmo ágil y
elegante.
En la subida por la Cuesta de los Hoyos, me pongo a rueda (a
zapatilla en este caso) de Juan. Me lleva rápido, pero sin quemarme del todo.
Él, no para de saludar a corredores y espectadores. Se le ve cómodo y por eso
le invito a que continúe él solo y haga mejor tiempo. Pero me dice que no, que
viene conmigo hasta el final. Y no sabes como te lo agradezco.
Antes de llegar al Alcázar entro en una pequeña crisis.
Siento que voy muy crispado y que todavía queda mucho por delante. Me dan ganas
de parar. Juan me lo debe leer en la cara, porque baja el ritmo para que me
recupere. Además, según nos acercamos a la zona de la Plaza Mayor hay cada vez
más gente animando y apoyando. Entre ellos mi padre, con su inseparable cámara
de fotos.
Pasado el kilómetro 7 siento que mis piernas se han
recuperado. Es lo que tiene subir al chozo Aranguez, por las zetas, al ritmo de
los Segobike, que te haces duro como una roca. Y además tengo a Juan, siempre
animándome y tirando de mí. Un crack.
Al entrar en el último kilómetro siento un pinchazo bajo las
costillas. El tío del flato. Tantos nervios pasan factura. Menos mal que
Juan mira el reloj y me dice que llevamos 42 minutos. Un tiempo para mí
increíble.
Alcanzamos Fernández Ladreda tras la enésima cuesta y Juan
me dice que ya está hecho. Un sprint y listo. Él arranca a 150 metros, yo
espero un poquito y esprinto cuando quedan 100. Alcanzo la meta bastante
tocado, pero con una sonrisa en la boca. Tiempazo: 44:33 (puesto 280). Juan
había cruzado la meta 4 segundos antes (44:29, puesto 276), pero sin mi lastre
seguro que habría hecho un registro todavía mejor.
Entre las fotos de mi padre, dejar el chip y salir pitando
para casa para no quedarse helado, apenas me da tiempo para despedirme en condiciones
de Juan. En cualquier caso, ya sabes que fue un placer enorme compartir contigo
estos 10 kilómetros por Segovia. El año que viene nos tenemos que traer a
Roberto y Ramón.
Conmigo no contéis al año que viene, ni al siguiente, que yo no tengo tanto aguante como vosotros y mis rodillas tampoco. Para ver Segovia mejor andando, que corriendo no te enteras de ná.
ResponderEliminarSaliendo con Juan un par de carreras más os veo disputando la victoria.
Gran crónica, ya se quién me va a sustituir como redactor jefe en mi próxima jubilación.
Juan, hoy perdonas el café y dejas aquí tu comentario!!
Juan Segobike,
ResponderEliminarGracias Juan Carlos por la crónica y comentar esas experiencias de la carrera.
Ya sabes que se corre mejor acompañado, y más con un Segobiker como tú.
Menos mal que tuvistes algún problema durante la carrera si no te sales...y encima
En la próxima carrera ya tendrás menos nervios y menos presión, dado que da igual el tiempo, si no encontrarse bien y disfrutar de la carrera. Además ya sabes que los Segobikers vamos siempre en equipo y en grupo.
En breve repetiremos andanzas bicicleteras o runneras
Creo que sobran los alagos a mi persona y exageras algo.
Un abrazo Juan Carlos, lo pasé fenomenal corriendo y charlando )en los dos primeros kms.
Ramón aprende a sufrir corriendo como en la bici, que maraviila ayer el la nieve y en el BAR LA PRADERA.
Juan
Juan
Lo pasamos muy bien