jueves, 21 de octubre de 2010

Por la cuenca del Río Pirón


"El río Pirón sabe latín. El Pirón se sabe de corrido, con fluidez, la lista de las iglesietas románicas de Adrada de Pirón, Losana de Pirón, Peñarrubias de Pirón, Villovela de Pirón y de varias otras aldeas del somonte segoviano que llevan espejándose en sus aguas desde el siglo XII. Y así, de tanto repetirlas, ha bautizado un estilo: el románico del Pirón."
Bendito río. Andrés Campos



Domingo 17 de octubre de 2010. Hoy puedo dormir algo más, hemos quedado en Trescasas a las 9.30 Roberto, Juan, Axo y yo. LLegan Roberto y Juan que parece que van a robar un banco, eso sí, sin perder los colores corporativos. Yo he salido más reservón y con el frío amanecer me decanto por la colección invierno-invierno. Axo después de perjurar que esta sí, que tiene muchas ganas, que se va a recoger pronto... nos vuelve a dar plantón, otra que se pierde.
De camino a Sancristobal vemos unos buitres esperando que se despierten las térmicas que les permitan planear.


Hace frío,  el sol no termina de imponer su reinado y la sensación térmica es gélida. Roberto viene pidiendo guerra para entrar en calor y después del primer calentón, hacemos una parada en los Karts de La Higuera.




Según avanzamos, recorremos pistas que dan acceso a campos de cultivo ya recolectados, esperando en barbecho su próximo ciclo. Pasamos La Mata, Cantimpalos, las nubes dejan paso a un cielo de un azul veraniego, pero la temperatura aún se resiste a hacernos sudar.


Cruzamos el río por un puente que amenaza ruina a nuestro paso, pero se mantiene. Recordamos nuestro paso por este mismo puente con ocasión de la Marcha del Torto, donde alguien se inventó la bici submarina. Sólo de pensar meter un pie en el agua hoy, da escalofríos.



Había hablado con Juan que la llegada del otoño parece que se retrasa y probablemente no disfrutaríamos del mismo paisaje que recorrimos con Dani un año atrás, pero el Corzo no tenía duda de lo que nos aguardaba. Pasamos Peñarrubias. Ahora nos adentramos en el valle del Pirón, rodeados de encinas, robles y fresnos, en plena metamorfosis. Cambian su colorido del verde al amarillo y han tejido una alfombra de hojas secas para recibir al otoño. El camino se estrecha y adentrarse con la bici por estos senderos es un lujo y un placer. Nos cruzamos con una familia y sus críos haciéndose fotos .
- Hay que traerse la bici aquí - dice la madre. 
- Hay que venirse con la chicas a pasear por aquí - pienso yo...





Hacemos parada y fonda junto al puente medieval de Covatillas (siglo XVI). Desde aquí se respira tranquilidad. La temperatura sube y ha quedado un día espléndido. Unas galletitas y algo de fruta para digerir los próximos kilómetros. Podríamos quedarnos allí a echar la siesta, pero tenemos que seguir.





Juan aprovecha para llenar el bote en la fuente de Covatillas con un agua que surge del manantial y que se recoge en un azud, dando salida al agua por la boca de leones esculpidos en la piedra.



Continuamos por la parte más tupida de la ruta, con un divertido tramo donde las ramas nos obligan a ir tumbados sobre la bici. Las primeras hojas caídas de los árboles ya cubren buena parte del suelo y hacen que  la sensación de caminar entre árboles justifique cada pedalada para llegar hasta aquí.




Ahora el paisaje cambia, el río baja prácticamente seco, pero a lo largo de los años ha ido excavando un cañón singular. La planicie que ha quedado sirve ahora de pasto para el ganado.También se han formado cuevas, como la cueva de La Vaquera, o la ermita de Santiaguito que es en realidad una cueva.
 

Cruzamos un puente y comienza el otro alto de la etapa, una subida fuerte por una camino descarnado que supone la parte más técnica de la salida de hoy, nada importante, hasta llegar a Losana de Pirón.
Desde aquí a Brieva no nos queda más remedio que rodar por carretera, se notan los kilómetros y tampoco es cuestión de investigar. Vamos pensando en los huevos que van a caer en el Bar el Tío Honorio.
Volvemos a la Higuera y seguimos por pista hasta Torrecaballeros. Este tramo está hecho para rodar fuerte, pero siempre lo hago con la reserva encendida y se me atraganta.


Cuando llegamos al Honorio se nos cae un mito: al otro lado del cristal translúcido una hoja escrita a boli anuncia el cierre por vacaciones. Vamos al Bar los Pintos donde una risueña camarera nos planta sus platos combinados, de los que damos buena cuenta en un periquete. A mi me quedan 600 metros a casa, pero dar pedales me cuesta una barbaridad. Menos mal que Juan y Rober van cuesta abajo...



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